DIME CON QUIEN ANDAS Y TE DIRE QUIEN ERES

Cada día que pasa aumenta el número de hogares que cuentan con una mascota, especialmente perros. Y esa tendencia se mantiene creciente desde hace ya muchos años.

Mucha culpa de ello la tiene la publicidad, el cine y la televisión. Porque llevamos mucho tiempo sufriendo una colonización cultural de los EE.UU. y su ámbito de influencia,  con anuncios, series de televisión, películas, etc., que ellos producen, o que se producen aquí a su imagen y semejanza, fruto de esa colonización.

Esas emisiones presentan a los animales como seres casi humanos, y resaltan en ellos virtudes que no les son propias, como la generosidad, la valentía, la audacia, la inteligencia, el razonamiento, la intuición, etc. etc., además de muchos otras que si poseen pero que son magnificadas.

Los más viejos recordarán telefilmes como Rintintin, Flipper, Mi oso y yo y, por supuesto, todas las películas de dibujos animados de Walt Disney y otros autores, de esa época y también mucho más recientes.

Con toda esa enorme influencia, ¿quién va a resistir la tentación de imitar a los protagonistas de esas películas?, ¿quién va a ser tan cruel y vil de no querer acoger en su casa a una de estas tiernas criaturas, sean perros, gatos, osos o delfines?, y si el caso es que somos nosotros los anfitriones, ¿cómo es posible que haya gente tan egoísta que viva sin mascota y que, incluso, diga que le molesta la nuestra?

Por otro lado, vivimos en una sociedad cada vez más desintegrada. Tiempo atrás, las familias eran mucho más grandes y estaban compuestas por los abuelos, algún hermano o hermana de los abuelos, los padres, los tíos y los hijos, muchos hijos. Ahora, seguramente también por causa de la colonización de EE.UU., las familias son, cada vez más, monoparentales, tienen un hijo o, a lo más, dos y los abuelos, tíos y demás familia están desaparecidos.

Las relaciones familiares son cada vez más cortas y las relaciones sociales se van eliminando porque la sociedad es cada vez más individualista y cada uno va a lo suyo.

Los humanos somos seres sociales, es decir, necesitamos el contacto con otros seres humanos con los que interactuamos para conseguir llevar adelante una vida más feliz.

Pero resulta que ese contacto que necesitamos cada vez es más difícil de conseguir. No lo encontramos en los pequeños núcleos familiares, ni tampoco en los cada vez menores contactos sociales y las relaciones laborales se quedan sólo en eso.

Ante este lamentable panorama, muchas personas buscan una solución, y esa solución aparece en la forma de una mascota, porque una mascota es un sucedáneo bastante bueno de una relación humana, o al menos, es el mejor que podemos encontrar.

Una mascota entra en nuestro mundo de la mano de toda esa contaminación cultural que nos llega de EE.UU., revestida de una aureola de extraordinario ser vivo con que aparece en sus producciones. Luego, cuando ya forma parte de nuestro mundo, nos damos cuenta de que nos es muy útil porque podemos descargar sobre ella muchas de nuestras frustraciones y obsesiones, la podemos dar órdenes que debe cumplir, y si no lo hace la podemos castigar. También la podemos ordenar que se calle y que se ponga aquí o allí y que coma esto o aquello y que haga esta gracia o la otra y, lo mejor de todo, si no lo hace podemos volver a castigarla.

Todo ello satisface completamente las necesidades sociales primarias de cualquier humano, y lo hace mucho mejor que otro ser humano. Porque otro ser humano se rebelaría ante esa situación y nos crearía problemas, mientras que la mascota no lo hace.

Por eso hay gente que dice que prefiere la compañía de su mascota a la de cualquier persona. Afirmación sorprendente que seguramente es debida a que hay personas “mal encaradas” a las que les tiras un palo y te dicen que vayas tú a buscarlo.

Y aún hay una cosa mejor, y es que, cuando te cansas de tu mascota, la puedes abandonar y no pasa nada, y eso no sucede igual con otro ser humano. Incluso puedes acabar con su vida y es posible que ese acto no tenga ninguna repercusión sobre ti.

Pero todo eso tiene un inconveniente, y es que como he dicho antes, la mascota satisface las necesidades sociales primarias, la necesidad de comunicación básica con otro ser humano, pero no satisface necesidades sociales más elevadas sino que las atrofia.

De esta manera, las personas que se acostumbran a convivir con mascotas se vuelven más insociables, porque no son capaces de discutir con otras personas, de asumir sus puntos de vista, de llegar a acuerdos, de respetarlos, de colaborar para algún objetivo, etc. etc.

Al final solo reconocen las relaciones sociales básicas, que son las que desarrollan, y acaban funcionando sólo en esa longitud de onda. Es decir, acaban asumiendo un comportamiento casi animal. Un comportamiento que se basa en dar órdenes a sus inferiores y aceptarlas de sus superiores y no plantearse el sentido de esas órdenes.

Y ahí es  donde es aplicable el dicho: dime con quién andas y te diré quién eres.

Comentarios

  1. La gente que convive con perros se vuelve mucho más egocéntrica y mucha más tonta por decirlo de una manera suave. El convivir con perros debería ser algo que fuera a menos y no a más. Yo vivo en un bloque de pisos con mi hijo pequeño y tengo a un perro encima y eso es insoportable, ladrando a las tantas de la madrugada...

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  2. Efectivamente, pero para conseguir que esa moda vaya menguando es necesario que mucha gente se organice, se oponga a ella y lo exprese públicamente.

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    1. Si hay que reunir gente que piense así y haga presión en ese sentido

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