El Enigma de las Virutas y el Paseador de Perros
Paco contemplaba su nueva pérgola de aluminio con la satisfacción de un emperador romano, hasta que bajó la vista al suelo. Los instaladores habían dejado un rastro de pequeñas esquirlas metálicas, restos del corte de los perfiles, que brillaban como confeti industrial. —"Nada que una fregona no arregle"— pensó Paco. Tras un par de pasadas enérgicas, el cubo rebosaba de agua gris y fragmentos de metal. Sin pensarlo dos veces, Paco se dirigió al baño y vació el contenido en la taza del wáter. Pulsó el botón con la elegancia de quien despacha un problema para siempre. El desastre se hizo presente El agua bajó con fuerza, pero las virutas de hierro, obedeciendo a las leyes de la gravedad y la densidad que Paco había olvidado desde el instituto, se quedaron allí, depositadas en el fondo de la porcelana blanca. Brillaban de forma burlona. Volvió a tirar de la cadena. Nada. El metal pesaba más que su paciencia. Paco se quedó mirando el fondo del abismo. La solución era obvia pero a...